LA  MALDICIÓN  DE  MACHA



Crunden, hijo de Agnoman, vivía en una parte solitaria del Ulster, entre las montañas, y tenía un buen pasar; pero su esposa había muerto, y él tenía sobre sí el cuidado de sus cuatro hijos. Un día estaba sentado en la casa cuando vio entrar por la puerta a una mujer, alta y agraciada y bien vestida, que sin decir palabra se sentó junto al hogar y se puso a encender el fuego. Fue después a donde estaba la harina, la sacó y la mezcló, y asó una torta. Y al atardecer tomó una vasija y salió a ordeñar las vacas, pero en todo el tiempo no dijo palabra. Volvió después a entrar en la casa, y se dio una vuelta hacia la derecha, y se quedó la última en pie para tapar el fuego.
La mujer se llamada Macha, allí permaneció, y Crunden se casó con ella. Ella los atendía a él y a sus hijos, y todo lo que tenía el hombre prosperaba.
Un día se dispuso una gran asamblea de los hombres del Ulster para hacer juegos y carreras y toda clase de entretenimientos; y todos los que podían, hombres y mujeres, solían ir a esa asamblea.
- Yo iré hoy allí - dijo Crunden - como van todos los demás hombres.
- No vayas - dijo su mujer - pues solo con que en la feria pronuncies mi nombre, me perderás para siempre.
- Entonces no hablaré de ti para nada - dijo Crunden. Y marchó con los demás a la feria, donde había toda clase de entretenimientos, y estaba toda la gente del país.
A la hora nona llevaron el carro real al campo, y los caballos del rey ganaron la carrera. Entonces los bardos y poetas, los druidas y los servidores del rey, y toda la asamblea, se pusieron a alabar al rey y la reina y sus caballos, y clamaron: "Nunca hubo mejores caballos que éstos; no hay quien corra más en toda Irlanda". "Mi mujer corre más que esos dos caballos", dijo Crunden. Cuando se lo contaron al rey, dijo: "Apresad a ese hombre, y retenedle hasta que se pueda traer a su mujer a que pruebe su suerte corriendo contra los caballos".
Así que le apresaron y le retuvieron, y le enviaron mensajeros del rey a la mujer. Ella dio la bienvenida a los mensajeros y les preguntó a que iban.
- Venimos por orden del rey - dijeron - a llevarte a la feria, para ver si corres más rápida que los caballos del rey; pues tu marido se ha jactado de que lo harías, y ahora está preso hasta que vayas tú a liberarle.
- Necedad de mi marido fue decir eso - dijo ella - en cuanto a mí, no estoy en condiciones de ir, porque en seguida voy a dar a luz.
- Es lástima - dijeron los mensajeros - porque si no vienes se dará muerte a tu marido. - Siendo así, tengo que ir, pase lo que pase - dijo ella. Conque, con esto partió hacia la asamblea, y cuando llegó allí todos se agolparon para verla.
- No es decoroso mirarme, en el estado en que estoy - clamó ella - ¿Para qué me han traído aquí?
- Para correr contra los dos caballos del rey - gritó el pueblo.
- ¡Ay dolor! - dijo ella - no me lo pidáis, pues ya se acerca mi hora.
- Sacad las espadas y matad a ese hombre - dijo el rey.
- Ayudadme - dijo ella al pueblo - pues todos vosotros habéis nacido de madre. - Y dijo al rey:- Dame siquiera un plazo hasta que nazca mi hijo.
- No doy ningún plazo - dijo el rey.
- Entonces la vergüenza que caerá sobre tí será mayor que la que caiga sobre mí, dijo ella.
Y porque no has tenido conmigo ni piedad ni respeto, caerá sobre tí un mayor castigo que el que ha caído sobre mí. Que traigan los caballos y los pongan a mi lado.
Echaron a correr, y Macha adelantó a los caballos y ganó la carrera. En la meta le dieron los dolores del parto, y alumbró a dos hijos, niño y niña, y del dolor dio un gran grito. De pronto acometió una debilidad a cuantos habían oído el grito, y de suerte que no tenían más fuerzas que la mujer allí tendida. Y Macha dijo así: "De aquí en adelante, y hasta la novena generación, la vergüenza que habéis puesto sobre mí caerá sobre vosotros; y en el tiempo en en que más necesiteis vuestra fuerza, en el tiempo en que vuestros enemigos os estén cercando, en ese tiempo la debilidad de una parturienta descenderá sobre todos los hombres de la provincia del Ulster".
Y así sucedió; y de todos los hombres del Ulster nacidos después de aquel día, ninguno escapó a aquella maldición.









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